miércoles, 20 de marzo de 2013

La "nueva" retórica frentista y las mentiras que se vienen.



        Leo un artículo de opinión en El Observador, de Adolfo Garcé, titulado “El ‘nuevo’ pensamiento cepalino y la izquierda que se viene.” Me hizo gracia el título, porque si Lenín leyera eso contestaría; “El ‘nuevo” –con comillas también- pensamiento nepalino y la izquierda que se vende.”
        Dice Garcé:
        El enfoque neoestructuralista calza con total naturalidad en los planteos de la izquierda uruguaya contemporánea, en particular, en los del ala izquierda del FA.
       
        La semana pasada argumenté que, a la hora de emprender el camino de regreso al sillón presidencial, Tabaré Vázquez no tendrá más remedio que pactar con la poderosa corriente de opinión que, dentro del FA, viene reclamando, desde hace muchos años, que la izquierda gobernante se decida a implementar un “nuevo modelo de desarrollo”. ¿En qué están pensando los que integran esta corriente de pensamiento?
        Aunque algunos de sus componentes no esconden ni su preferencia por la construcción de una economía socialista ni sus raíces en el pensamiento marxista, la coalición desarrollista se viene nucleando en torno a otros horizontes y referencias teóricas. Más específicamente, se viene conformando en torno al libreto, de entonación socialdemócrata, que ha venido formulando la “nueva Cepal” desde comienzos de la década de 1990. El neoestructuralismo, según Ricardo Bielschowsky, empezó a tomar forma cuando Gert Rosenthal, secretario ejecutivo de Cepal entre 1988 y 1997, acogió e impulsó las ideas sobre el desarrollo que Fernando Fajnzylber ya venía trabajando desde comienzos de los ochenta: “El documento Transformación productiva con equidad (Cepal, 1990)… coordinado por Rosenthal y Fajnzylber, contiene los planteamientos básicos de esta nueva etapa. Se propone una mayor apertura comercial impulsada en forma gradual y selectiva y reforzada por un tipo de cambio real elevado y estable, como parte de un proyecto orientado a lograr una competitividad ‘auténtica’, es decir, basada en el fortalecimiento de la capacidad productiva y de innovación”.
        El enfoque neoestructuralista, la segunda fase en la evolución del pensamiento cepalino, puede ser visto como una polémica a dos bandas. Por un lado, nació cuestionando el ajuste estructural llevado a cabo en América Latina en la década de 1990. En concreto, le reprochó su excesiva apuesta a la magia de los mercados, su abandono de la política industrial y su desdén por la igualdad. Por el otro, tomó distancia de algunos de los planteos de la vieja Cepal. En particular, el nuevo estructuralismo confía menos en el Estado y más en el mercado internacional que el estructuralismo clásico. Dicho de otra forma, el neoestructuralismo recoge las ideas centrales que distinguieron, en su momento, al pensamiento cepalino (la obsesión por la industrialización y el cambio tecnológico, la sospecha respecto al libre comercio, la reivindicación del papel del Estado, el énfasis en la igualdad), pero haciéndose cargo de las consecuencias negativas de los desenfrenos dirigistas y proteccionistas cometidos en las décadas de 1950 y 1960.
        El último documento aprobado por Cepal, Cambio estructural para la igualdad, aprobado en agosto del año pasado, ofrece la versión más actualizada del enfoque neoestructuralista. Según Cepal, tal como argumentara tempranamente Fajnzylber, crecimiento y equidad se precisan y refuerzan mutuamente: para que, en el mediano plazo, los indicadores del panorama social de la región puedan seguir mejorando es imprescindible impulsar desde el Estado, a través de políticas públicas adecuadas, el cambio estructural. El eslabón fundamental de la cadena es la política industrial, considerada un instrumento imprescindible para difundir la innovación tecnológica en toda la sociedad y transformar la estructura productiva.
        La centralidad otorgada a la política industrial conduce a los neoestructuralistas a reclamar que otras políticas públicas sean consistentes con ella, desde la política comercial (la integración regional es funcional al cambio estructural; los TLC, en cambio, no) a la política cambiaria (preferencia por un tipo de cambio alto, temor a la “enfermedad holandesa”), pasando por las políticas laborales (defensa de la negociación colectiva, medidas adicionales de protección para los trabajadores más vulnerables). A su vez, la importancia atribuida al Estado tanto en la conducción del cambio estructural como en la promoción de la igualdad exige, según este enfoque, una presión tributaria alta (según Cepal, en general, hay espacio para aumentar impuestos en las economías de América Latina) e impuestos progresivos (los impuestos son considerados un mecanismo potencialmente poderoso de redistribución del ingreso).
        Es evidente que el enfoque neoestructuralista calza con total naturalidad en los planteos de la izquierda uruguaya contemporánea, en particular, en los del ala izquierda del FA. Recoge sus principales creencias y valores, articulándolas en un paquete prolijo, bien fundamentado, fácilmente defendible en el terreno académico desde que cuenta, nada menos, con el auspicio de la Cepal. Para la izquierda uruguaya de antes, la de la década de 1960, el desarrollismo era funcional a la reproducción del capitalismo y de la dominación del imperialismo y las oligarquías domésticas. Para la izquierda de ahora, en cambio, el desarrollismo parece, más bien, una tabla de salvación.
        El ala izquierda del FA tiene un libreto poderoso. Me inclino a pensar que Vázquez no podrá ignorarlo. Eso sí, falta saber hasta qué punto se decidirá a tomarlo como propio.        

        Lo novedoso de todo esto es que la ultra izquierda de hoy encuentre aquí el marco conceptual para argumentar, porque para otra cosa no sirve el “nuevo pensamiento cepalino”. Curioso, porque como decía recientemente Rosadilla son burócratas al estilo leninista (partido único, centralismo democrático, disciplina militar militante), lo hayan leído o no a Lenín y sin embargo esa burocracia digitada por el Partido Comunista, -el intelectual orgánico de la clase, como decía Gramsci- , a la hora de modular sus planteos razona como un cepalino desarrollista de los tiempos de Frondizi.
        El desarrollismo fracasó, no porque fuera “un tibio reformismo”, porque a todos los efectos era un dirigismo prepotente con todas las de la ley, fracasó por diversas razones que estas izquierdas sin discurso claro, tras la caída del Muro de Berlín, no pueden caracterizar.
        Fracasó porque es imposible fundamentar la economía sustituyendo importaciones hasta llegar al punto en donde el insumo importado para trabajar, se come la rentabilidad y termina siendo más caro producir un zapato en el Uruguay que comprarlo en Londres a precio de vitrina.
        Fracasó porque no priorizó las ventajas comparativas que cada país tiene y si bien las exportaciones tradicionales pueden no gustarnos en lo personal, la diversificación de las mismas, no debe ir en detrimento de lo que agrade o no, está operando y además, funciona bien. Se diversifica para coadyuvar con lo que existe, no para desbalancear la economía y transferirle los costos al sector que genera divisas. Lo he dicho en cuanto lugar he podido: No es inventando fábricas de fantasía con tecnología importada que después no tiene mantenimiento y en donde el insumo importado vuelve irrentable la competitividad.
        El desarrollismo entre nosotros condujo al estancamiento productivo: Fabricas que cierran con las cifras en rojo pero que subsidiadas políticamente, siguen trabajando. Es la crónica de una muerte anunciada. Saltaba a la vista ya en aquellos años 60’ que eso tenía los días contados.
        Fracasó porque ya en los años 50’, desde los primeros trabajos de investigación y desarrollo, existía un plan de robotización absoluta de la producción. Se sabía, con perfecta nitidez en los años 50’ que todo puede ser robotizable. Al menos en el plano conceptual y teórico se podía llevar la cibernética absolutamente a toda la cadena productiva. No se lo hacía por el impacto social que tal determinación iba a generar. Con sabiduría se esperó el momento oportuno, cuando a partir del 68’ empezó a caer la tasa de ganancia y amplios sectores se vieron obligados a optimizar la rentabilidad cibernetizando la producción. Los mercados se cerraban porque estaban sobresaturados y para mantener la misma tasa de ganancia hubo que robotizar.
        Ante eso, países como Uruguay, Argentina o Chile quedaron como barcos a la deriva. La brecha tecnológica volvió imposible competir a ese nivel en un momento en donde los commodities caían abruptamente y como se dice vulgarmente, la torta se achicaba. Hoy esta situación no se resuelve con emisionismo, sino con endeudamiento, de modo que el margen de autonomía que el desarrollismo pese a su fracaso tuvo, no lo tiene hoy en día este pretendido neo desarrollismo.
        El artículo de Garcé explora aspectos que también merecen un comentario.
        Decir que:”Se propone una mayor apertura comercial impulsada en forma gradual y selectiva y reforzada por un tipo de cambio real elevado y estable, como parte de un proyecto orientado a lograr una competitividad ‘auténtica’, es decir, basada en el fortalecimiento de la capacidad productiva y de innovación.”, es ignorar que mayor apertura comercial quiere decir dólar planchado y bajo, “cambio real elevado y estable” quiere decir menor apertura comercial. De modo que ya se está mintiendo abiertamente y falsificando las cosas. Competitividad “auténtica” no existe, existen aranceles de importación y además el fortalecimiento de la capacidad productiva y de la innovación, quiere decir captación de inversiones, porque ningún país llega a eso en términos locales por inspiración nativa, echando humo en el rincón de las arañas. Eso lo manejan las multinacionales que son las que fijan el tipo de cambio para posibilitar una cosa que es condición indispensable de la existencia de la inversión internacional directa: La repatriación de los capitales.
        Los bancos centrales ya no responden más a los Estados Nacionales, son autónomos de los mismos, como ha quedado cristalizado en diversas leyes que se votaron al respecto. Quien argumentaba prolijamente en favor de esto era Milton Friedman, quien sostenía en “Dólares y Déficit” que si los Bancos Centrales respondían a los Estados Nacionales la política económica estaba condenada a la imprevisibilidad. Bastaba, decía, que cualquier demagogo le prometa a la gente cualquier cosa, para que después con la máquina de imprimir billetes empapelara la economía condenando a los operadores económicos a huir de la moneda local y refugiarse en cualquier papel extranjero, por el simple hecho de que no era emitida allí. Desde que los Bancos Centrales siguieron el consejo de Milton Friedman, el déficit fiscal ya no se financia con emisionismo, sino con endeudamiento, esto es, se emite contra algo concreto, no contra el P.B.I o un supuesto crecimiento de las exportaciones. Eso le quita margen al demagogo populista, porque para financiar las promesas a alguien tiene que meterle la mano en el bolsillo, en cambio en aquella época, empapelando la economía pauperizaba a todo aquel que no tiene a quien transferirle el gasto.
        Pauperizar quiere decir, empobrecer con el salario como única variable de ajuste. El populismo latinoamericano fue una gran fábrica de pobres, de emigrantes y de fuga de cerebros. Al perder el Estado Nacional control sobre el Banco Central, el desarrollismo se vuelve en el mejor de los casos una simple retórica, en el peor una utopía regresiva y terminan añorando la época en la que justamente, se levantaron en armas.
        El desarrollismo nunca fue funcional al sistema. Desde la ultra izquierda, se decía en aquel momento siguiendo a  Gunder Frank una cosa que es cierta, el desarrollismo era el desarrollo del subdesarrollo, porque omitía que en la historia latinoamericana de la dependencia, el único sector que sobrevive es el que responde época tras época a las exigencias de la división internacional del trabajo. Es el comercio exterior quien define qué sectores tienen futuro, como lo demuestra con perfecta claridad la crisis del socialismo real.
        Creo que todo esto está al servicio de una obsesión que tiene Tabaré Vázquez sobre como evitar lo de Allende sacándose de encima a los ultras con un discurso que los incluya superadoramente, cuando en realidad no bien se analiza con detenimiento el neo desarrollismo es una sarta de disparates y anacronismos uno tras otro.
        Cualquiera entiende que decir que: ”En particular, el nuevo estructuralismo confía menos en el Estado y más en el mercado internacional que el estructuralismo clásico. Dicho de otra forma, el neoestructuralismo recoge las ideas centrales que distinguieron, en su momento, al pensamiento cepalino (la obsesión por la industrialización y el cambio tecnológico, la sospecha respecto al libre comercio, la reivindicación del papel del Estado, el énfasis en la igualdad), pero haciéndose cargo de las consecuencias negativas de los desenfrenos dirigistas y proteccionistas cometidos en las décadas de 1950 y 1960.” Es hablar sin decir nada congruente y serio, porque el mercado internacional no existe, existen los mercados concretos y específicos a los que cada empresa puede aspirar. Además no son los nuevos desarrollistas quienes se hacen cargo del fracaso de los anteriores del pasado, sino los Bancos Centrales y las grandes corporaciones quienes fijan las pautas monetarias y de comercio exterior.


        En determinado momento se saca la careta y dice que le cabe al Estado: “una presión tributaria alta (según Cepal, en general, hay espacio para aumentar impuestos en las economías de América Latina) e impuestos progresivos (los impuestos son considerados un mecanismo potencialmente poderoso de redistribución del ingreso)”, lo que está indicando de qué cuerina se hacen los tambores para candombear. 
        Esto puede ser un indicador claro del discurso frentista que se nos viene.