Leo
un artículo de opinión en El Observador, de Adolfo Garcé, titulado “El ‘nuevo’
pensamiento cepalino y la izquierda que se viene.” Me hizo gracia el
título, porque si Lenín leyera eso contestaría; “El ‘nuevo” –con comillas
también- pensamiento nepalino y la izquierda que se vende.”
Dice
Garcé:
El enfoque neoestructuralista calza con
total naturalidad en los planteos de la izquierda uruguaya contemporánea, en
particular, en los del ala izquierda del FA.
La semana pasada argumenté que, a la hora de
emprender el camino de regreso al sillón presidencial, Tabaré Vázquez no tendrá
más remedio que pactar con la poderosa corriente de opinión que, dentro del FA,
viene reclamando, desde hace muchos años, que la izquierda gobernante se decida
a implementar un “nuevo modelo de desarrollo”. ¿En qué están pensando los que
integran esta corriente de pensamiento?
Aunque algunos de sus componentes no
esconden ni su preferencia por la construcción de una economía socialista ni
sus raíces en el pensamiento marxista, la coalición desarrollista se viene
nucleando en torno a otros horizontes y referencias teóricas. Más
específicamente, se viene conformando en torno al libreto, de entonación
socialdemócrata, que ha venido formulando la “nueva Cepal” desde comienzos de
la década de 1990. El neoestructuralismo, según Ricardo Bielschowsky, empezó a
tomar forma cuando Gert Rosenthal, secretario ejecutivo de Cepal entre 1988 y
1997, acogió e impulsó las ideas sobre el desarrollo que Fernando Fajnzylber ya
venía trabajando desde comienzos de los ochenta: “El documento Transformación
productiva con equidad (Cepal, 1990)… coordinado por Rosenthal y Fajnzylber, contiene
los planteamientos básicos de esta nueva etapa. Se propone una mayor apertura
comercial impulsada en forma gradual y selectiva y reforzada por un tipo de
cambio real elevado y estable, como parte de un proyecto orientado a lograr una
competitividad ‘auténtica’, es decir, basada en el fortalecimiento de la
capacidad productiva y de innovación”.
El enfoque neoestructuralista, la
segunda fase en la evolución del pensamiento cepalino, puede ser visto como una
polémica a dos bandas. Por un lado, nació cuestionando el ajuste estructural
llevado a cabo en América Latina en la década de 1990. En concreto, le reprochó
su excesiva apuesta a la magia de los mercados, su abandono de la política
industrial y su desdén por la igualdad. Por el otro, tomó distancia de algunos
de los planteos de la vieja Cepal. En particular, el nuevo estructuralismo
confía menos en el Estado y más en el mercado internacional que el
estructuralismo clásico. Dicho de otra forma, el neoestructuralismo recoge las
ideas centrales que distinguieron, en su momento, al pensamiento cepalino (la
obsesión por la industrialización y el cambio tecnológico, la sospecha respecto
al libre comercio, la reivindicación del papel del Estado, el énfasis en la
igualdad), pero haciéndose cargo de las consecuencias negativas de los
desenfrenos dirigistas y proteccionistas cometidos en las décadas de 1950 y
1960.
El último documento aprobado por Cepal,
Cambio estructural para la igualdad, aprobado en agosto del año pasado, ofrece
la versión más actualizada del enfoque neoestructuralista. Según Cepal, tal
como argumentara tempranamente Fajnzylber, crecimiento y equidad se precisan y
refuerzan mutuamente: para que, en el mediano plazo, los indicadores del
panorama social de la región puedan seguir mejorando es imprescindible impulsar
desde el Estado, a través de políticas públicas adecuadas, el cambio estructural.
El eslabón fundamental de la cadena es la política industrial, considerada un
instrumento imprescindible para difundir la innovación tecnológica en toda la
sociedad y transformar la estructura productiva.
La centralidad otorgada a la política
industrial conduce a los neoestructuralistas a reclamar que otras políticas
públicas sean consistentes con ella, desde la política comercial (la
integración regional es funcional al cambio estructural; los TLC, en cambio,
no) a la política cambiaria (preferencia por un tipo de cambio alto, temor a la
“enfermedad holandesa”), pasando por las políticas laborales (defensa de la
negociación colectiva, medidas adicionales de protección para los trabajadores
más vulnerables). A su vez, la importancia atribuida al Estado tanto en la
conducción del cambio estructural como en la promoción de la igualdad exige,
según este enfoque, una presión tributaria alta (según Cepal, en general, hay
espacio para aumentar impuestos en las economías de América Latina) e impuestos
progresivos (los impuestos son considerados un mecanismo potencialmente
poderoso de redistribución del ingreso).
Es evidente que el enfoque
neoestructuralista calza con total naturalidad en los planteos de la izquierda
uruguaya contemporánea, en particular, en los del ala izquierda del FA. Recoge
sus principales creencias y valores, articulándolas en un paquete prolijo, bien
fundamentado, fácilmente defendible en el terreno académico desde que cuenta,
nada menos, con el auspicio de la Cepal. Para la izquierda uruguaya de antes,
la de la década de 1960, el desarrollismo era funcional a la reproducción del
capitalismo y de la dominación del imperialismo y las oligarquías domésticas.
Para la izquierda de ahora, en cambio, el desarrollismo parece, más bien, una
tabla de salvación.
El ala izquierda del FA tiene un libreto
poderoso. Me inclino a pensar que Vázquez no podrá ignorarlo. Eso sí, falta
saber hasta qué punto se decidirá a tomarlo como propio. “
Lo
novedoso de todo esto es que la ultra izquierda de hoy encuentre aquí el marco
conceptual para argumentar, porque para otra cosa no sirve el “nuevo
pensamiento cepalino”. Curioso, porque como decía recientemente Rosadilla son burócratas
al estilo leninista (partido único, centralismo democrático, disciplina militar
militante), lo hayan leído o no a Lenín y sin embargo esa burocracia digitada
por el Partido Comunista, -el intelectual orgánico de la clase, como decía
Gramsci- , a la hora de modular sus planteos razona como un cepalino
desarrollista de los tiempos de Frondizi.
El
desarrollismo fracasó, no porque fuera “un tibio reformismo”, porque a todos
los efectos era un dirigismo prepotente con todas las de la ley, fracasó por
diversas razones que estas izquierdas sin discurso claro, tras la caída del
Muro de Berlín, no pueden caracterizar.
Fracasó
porque es imposible fundamentar la economía sustituyendo importaciones hasta
llegar al punto en donde el insumo importado para trabajar, se come la
rentabilidad y termina siendo más caro producir un zapato en el Uruguay que
comprarlo en Londres a precio de vitrina.
Fracasó
porque no priorizó las ventajas comparativas que cada país tiene y si bien las
exportaciones tradicionales pueden no gustarnos en lo personal, la
diversificación de las mismas, no debe ir en detrimento de lo que agrade o no,
está operando y además, funciona bien. Se diversifica para coadyuvar con lo que
existe, no para desbalancear la economía y transferirle los costos al sector
que genera divisas. Lo he dicho en cuanto lugar he podido: No es inventando fábricas
de fantasía con tecnología importada que después no tiene mantenimiento y en
donde el insumo importado vuelve irrentable la competitividad.
El
desarrollismo entre nosotros condujo al estancamiento productivo: Fabricas que
cierran con las cifras en rojo pero que subsidiadas políticamente, siguen
trabajando. Es la crónica de una muerte anunciada. Saltaba a la vista ya en
aquellos años 60’ que eso tenía los días contados.
Fracasó
porque ya en los años 50’, desde los primeros trabajos de investigación y
desarrollo, existía un plan de robotización absoluta de la producción. Se
sabía, con perfecta nitidez en los años 50’ que todo puede ser robotizable. Al
menos en el plano conceptual y teórico se podía llevar la cibernética
absolutamente a toda la cadena productiva. No se lo hacía por el impacto social
que tal determinación iba a generar. Con sabiduría se esperó el momento
oportuno, cuando a partir del 68’ empezó a caer la tasa de ganancia y amplios
sectores se vieron obligados a optimizar la rentabilidad cibernetizando la
producción. Los mercados se cerraban porque estaban sobresaturados y para
mantener la misma tasa de ganancia hubo que robotizar.
Ante
eso, países como Uruguay, Argentina o Chile quedaron como barcos a la deriva.
La brecha tecnológica volvió imposible competir a ese nivel en un momento en
donde los commodities caían abruptamente y como se dice vulgarmente, la torta
se achicaba. Hoy esta situación no se resuelve con emisionismo, sino con
endeudamiento, de modo que el margen de autonomía que el desarrollismo pese a
su fracaso tuvo, no lo tiene hoy en día este pretendido neo desarrollismo.
El
artículo de Garcé explora aspectos que también merecen un comentario.
Decir
que:”Se propone una mayor apertura comercial impulsada en forma gradual y
selectiva y reforzada por un tipo de cambio real elevado y estable, como parte
de un proyecto orientado a lograr una competitividad ‘auténtica’, es decir,
basada en el fortalecimiento de la capacidad productiva y de innovación.”, es ignorar que mayor
apertura comercial quiere decir dólar planchado y bajo, “cambio real elevado y
estable” quiere decir menor apertura comercial. De modo que ya se está
mintiendo abiertamente y falsificando las cosas. Competitividad “auténtica” no
existe, existen aranceles de importación y además el fortalecimiento de la capacidad
productiva y de la innovación, quiere decir captación de inversiones, porque
ningún país llega a eso en términos locales por inspiración nativa, echando
humo en el rincón de las arañas. Eso lo manejan las multinacionales que son las
que fijan el tipo de cambio para posibilitar una cosa que es condición
indispensable de la existencia de la inversión internacional directa: La
repatriación de los capitales.
Los
bancos centrales ya no responden más a los Estados Nacionales, son autónomos de
los mismos, como ha quedado cristalizado en diversas leyes que se votaron al
respecto. Quien argumentaba prolijamente en favor de esto era Milton Friedman,
quien sostenía en “Dólares y Déficit” que si los Bancos Centrales respondían a
los Estados Nacionales la política económica estaba condenada a la
imprevisibilidad. Bastaba, decía, que cualquier demagogo le prometa a la gente
cualquier cosa, para que después con la máquina de imprimir billetes empapelara
la economía condenando a los operadores económicos a huir de la moneda local y
refugiarse en cualquier papel extranjero, por el simple hecho de que no era
emitida allí. Desde que los Bancos Centrales siguieron el consejo de Milton
Friedman, el déficit fiscal ya no se financia con emisionismo, sino con
endeudamiento, esto es, se emite contra algo concreto, no contra el P.B.I o un
supuesto crecimiento de las exportaciones. Eso le quita margen al demagogo
populista, porque para financiar las promesas a alguien tiene que meterle la
mano en el bolsillo, en cambio en aquella época, empapelando la economía pauperizaba a todo
aquel que no tiene a quien transferirle el gasto.
Pauperizar
quiere decir, empobrecer con el salario como única variable de ajuste. El
populismo latinoamericano fue una gran fábrica de pobres, de emigrantes y de
fuga de cerebros. Al perder el Estado Nacional control sobre el Banco Central,
el desarrollismo se vuelve en el mejor de los casos una simple retórica, en el
peor una utopía regresiva y terminan añorando la época en la que justamente, se
levantaron en armas.
El
desarrollismo nunca fue funcional al sistema. Desde la ultra izquierda, se
decía en aquel momento siguiendo a
Gunder Frank una cosa que es cierta, el desarrollismo era el desarrollo
del subdesarrollo, porque omitía que en la historia latinoamericana de la
dependencia, el único sector que sobrevive es el que responde época tras época
a las exigencias de la división internacional del trabajo. Es el comercio
exterior quien define qué sectores tienen futuro, como lo demuestra con
perfecta claridad la crisis del socialismo real.
Creo
que todo esto está al servicio de una obsesión que tiene Tabaré Vázquez sobre como
evitar lo de Allende sacándose de encima a los ultras con un discurso que los incluya
superadoramente, cuando en realidad no bien se analiza con detenimiento el neo desarrollismo es una
sarta de disparates y anacronismos uno tras otro.
Cualquiera
entiende que decir que: ”En particular,
el nuevo estructuralismo confía menos en el Estado y más en el mercado
internacional que el estructuralismo clásico. Dicho de otra forma, el
neoestructuralismo recoge las ideas centrales que distinguieron, en su momento,
al pensamiento cepalino (la obsesión por la industrialización y el cambio
tecnológico, la sospecha respecto al libre comercio, la reivindicación del
papel del Estado, el énfasis en la igualdad), pero haciéndose cargo de las
consecuencias negativas de los desenfrenos dirigistas y proteccionistas
cometidos en las décadas de 1950 y 1960.” Es hablar sin decir nada
congruente y serio, porque el mercado internacional no existe, existen los
mercados concretos y específicos a los que cada empresa puede aspirar. Además
no son los nuevos desarrollistas quienes se hacen cargo del fracaso de los anteriores
del pasado, sino los Bancos Centrales y las grandes corporaciones quienes fijan las pautas monetarias y de comercio exterior.
En
determinado momento se saca la careta y dice que le cabe al Estado: “una
presión tributaria alta (según Cepal, en general, hay espacio para aumentar
impuestos en las economías de América Latina) e impuestos progresivos (los
impuestos son considerados un mecanismo potencialmente poderoso de
redistribución del ingreso)”, lo que está indicando de qué cuerina se hacen los tambores para candombear.
Esto
puede ser un indicador claro del discurso frentista que se nos viene.