Realmente, no se ve la razón por la cuál se pretende que el Prócer, José Gervasio Artigas sea, dentro del conjunto de los Libertadores, una especie de Prócer de segunda, condenado a un simple Museo y no pueda disponer de un Mausoleo, como todos los demás.
Se argumenta, para tal despropósito, que el Mausoleo fue construído en la época de la dictadura militar, pero con ese criterio habría que destruir todas las obras de infraestructura que se hicieron en ese período y se olvida también, que los Mausoleos de los demás Próceres fueron realizados en dictadura y no por eso a nadie se le ocurrió la peregrina idea de quitarlos de allí. Con ese criterio habría que despreciar la reforma vareliana y a José Pedro Varela, porque fue hecha en la época de la dictadura de Latorre.
Se argumenta con total liviandad moral que se trasladan los restos porque no se ha sabido corregir en democracia la ausencia de frases de Artigas en el Mausoleo, habida cuenta que cualquiera de ellas condenaba a la dictadura militar, pero se olvida que Artigas no está en sus frases célebres sino en su conducta, en su accionar y en su brillante y genial capacidad militar.
Estamos en presencia de un Gobierno desesperado, que vino como para no irse más y que ve ahora que se le termina su ciclo.
No se entiende tampoco, qué motivación puede tener alguien para sacar las cenizas de Artigas del Mausoleo y llevarlas al Palacio Estevez, cuando no hay acuerdo político, ni concenso en las organizaciones sociales para adoptar una medida llamada a durar lo que un lirio, no bien cambien las autoridades actuales.
Sea cual fuere la rara y enfermiza motivación que subyace en este manoseo al Prócer, no deja de ser una falta de respeto, tanto al individuo, como a su memoria y a la de todo el pueblo uruguayo.
Como decía Eduardo Acevedo Díaz en el Alegato Histórico, el Uruguay tuvo en su amanecer histórico una bendición, salió el Sol de la Patria trayendo un Artigas y eso es un raro privilegio que otros en América no pueden tener. Debe ser eso, lo que este Gobierno no le puede perdonar al pueblo oriental.
A esta gente tendremos que saberle decirle basta, como supimos decirle que no a Sarratea.