miércoles, 28 de octubre de 2015

El fin de la Dinastía de los Kirchner's

        Después de 12 años continuados de gobiernos dirigidos por individuos del mismo apellido y miembros de la misma familia, está llegando a su fin, lo que bien podríamos definir como la dinastía de los Kirchner’s. Como bien dice Sergio Massa: “Perdió Cristina, perdió La Cámpora, perdió la soberbia".
        Quedante, se le dice en política a los que llevan los principios y las ideas en el trasero; lo único que les importa es el calorcito que les da la silla en donde están sentados. Son quedantes, quieren quedarse y punto. Para una cosa así, signado por la más baja mediocridad mental y moral, perder la silla suele ser traumático. Es gente que si no aprovechó para robar, no tiene otra cosa más que hacer en la vida.
        Un profesional, un industrial, un comerciante, alguien que tiene una profesión, si pierde el cargo político, vuelve al llano y al otro día comienza a trabajar, en cambio un quedante, si se queda sin ese lugarcito en donde se arrellenó muere socialmente.
        La alegría que se nota en los argentinos, la conquista de la esperanza, sacarse de encima a los quedantes que agobian impositivamente al que trabaja, viene de un sentimiento profundo de libertad individual, que en este caso como sostenía John Stuart Mill hace a lo privado, a lo íntimo, a aquello que ninguna sociedad tiene derecho a manipular. Los quedantes creen que pueden controlar hasta la manera de pensar y vivir de los demás. Cuando Massa sostiene: “No necesitamos cargos, necesitamos cambios”, sabe lo que dice, porque los conoce a los quedantes.
        Hoy los argentinos sienten un profundo suspiro de alivio porque gane quien sea, será una decisión personal, libérrima y propia la de optar por un candidato o el otro y no un instinto gregario basado en el mimetismo animal de moverse en política, como si Vicente siempre tuviera razón, solamente porque hacia allí va la gente. Después de tantos años de mirarle el trasero a Vicente hoy felizmente, en el vecino país, soplan vientos de fronda, como los que llevaron al triunfo a Raúl Alfonsín.
        Los argentinos viven mal porque piensan mal, ahora por primera vez comienzan a pensar mejor y dar claras señales de que ya no es la partidocracia quien determina la manera de pensar, sentir, actuar y votar, basándose en el pobrerío para medrar con Planes Trabajar. Como muy bien dice Elisa Carrió: “Creo que sólo las clases productivas y prósperas van a sacar a los pobres de la pobreza y este es el compromiso moral de las clases medias argentinas. Somos nosotros los que tenemos que liberar a los pobres y no ellos liberarse, porque ellos están esclavos del uso político". Darle voz a los que no la tienen es una cosa, disfrazarse de falso pobre y enriquecerse es otra bien diferente.
        Hasta hoy por muchos motivos y pocas razones, votaban como las vacas al cencerro y a partir de ahora comenzarán a razonar como hombres libres y no condicionados por la tiranía de la mayoría y la opinión de los demás de los demás, sin entender que uno también, es parte de esos demás
        Dejarán de decir: “A la gente lo que le gusta es”, como si uno no fuera gente y viviera en la estratósfera y comenzarán a afirmar: “A mí lo que me gusta es”. Quedará atrás esa manera de opinar en política diciendo: “Aquí lo que hay que hacer”, sin decir quién es el que tiene que hacer eso y cuántos pies hay que pisar para llevarlo a cabo. Ya no dirán: “En este país lo que pasa”, sino: “En nuestro país lo que ocurre”. El argentino dejará de sentir que el otro es un eterno desconocido, una cosa que está allí y entenderá como decía Antonio Machado que “en casos de vida o muerte se debe estar con el más prójimo” y no necesariamente con el próximo.
        Comprenderán que en política existe “la soledad del poder” y que se puede estar en lo más alto rodeado de obsecuentes y a las primeras de cambio, caer en lo más profundo del abismo, que no se puede subestimar al rival, que no hay nada más ingenuo que acusar de ingenuo a otro. Aprenderán que ningún almuerzo es gratis y que las promesas de hoy, son los impuestos de mañana.
        Hoy viven la caída de los dioses y el fin de los mitos.
        Una Argentina fraccionada entre los buenos y anti liberales y los malos, los liberales –algo realmente absurdo porque las cosas son al revés, precisamente-, con familias divididas que por razones políticas dejaron de hablarse -algo que no ocurría ni durante la dictadura-, con dirigentes políticos gubernamentales que desde sus cero kilómetros bajan a explicarle a gente que está sumida en la más pavorosa pobreza, lo mal que se vivía en la época en donde ellos eran dirigentes menemistas; una Argentina con todo este lastre, hoy parece despertar gane quien gane.
        Hasta ahora la gran dificultad de gobernar sin el peronismo venía no porque la CGT hiciese politiquería o le declarase la guerra al radicalismo, sino porque la presencia del peronismo era aplastante a nivel nacional, Provincia por Provincia, Partido por Partido; hasta en el más apartado pueblo del interior existen unidades básicas peronistas. Las demás fuerzas o tienen figuras muy votadas y queridas o bien mantienen presencia solamente en su Provincia. El único que puede disputar al peronismo la  existencia a lo largo y a lo ancho de Argentina es el radicalismo.
        Esto hizo que todas las alianzas opositoras lo tuvieran al partido radical como el vertebrador a escala nacional. El abogado de Provincia, el contador, el escribano, el médico, el profesional universitario es clásicamente el radical. El radicalismo fue siempre un partido de cuadros, desde sus viejos tiempos de los Ateneos y funciona como una secta letrada, verdadera aristocracia del mérito, que hace acuerdos coyunturales con figuras y partidos y que al otro día de la elección terminan abriendo caminos o que, si logra gobernar, como Alfonsín o De la Rúa, lo dejan solo no bien los vientos comienzan a soplar en contra el gobierno.
        Por primera vez ocurre ahora un hecho inédito y digno de estudio particularizado; Macri tiene presencia nacional y barrial en lugares que era imposible entrar porque formaban parte del infranqueable núcleo duro peronista. Es un dato no menor en la política argentina que en muchas regiones de la pampa húmeda Cambiemos obtuvo el 40% e incluso logró acercarse al 50%; el candidato oficialista, en cambio, osciló entre el 20 y el 30% y en algunos casos llegó a quedar tercero.
        Los mariscales de esta situación, que ya de por sí es una derrota para los “barones del peronismo”, están ahora en una pugna interna buscando purgar a aquellos que consideran responsables, empezando por el mismo Scioli. Como bien dice Sergio Massa: "Mientras Scioli no sea el líder de su fuerza política no puede gobernar nada" y todos vemos que efectivamente Scioli no es un dirigente, sino un dirigido. Es nada menos que el máximo dirigente del Frente UNA quien afirma: "Scioli tiene que dejar de ser empleado de Cristina", algo de sentido común por otra parte, porque lo que hemos visto durante este periodo es que si algo caracterizó a Cristina es ponerle el dedo hasta lo más profundo del conducto rectal.
        Massa, que es el fiel de la balanza en este ballotage tiene con Scioli una cuestión de carácter personal. Nunca se olvidará del asalto a su casa en Tigre en 2013, que fue una operación de desestabilización hacia Massa por parte del kirchnerismo, cuyos responsables fueron procesados. Y Massa tampoco dejará pasar que Scioli abandonó una alianza con él y Macri en 2013 también, justamente 24 horas antes de un anuncio que fue abortado por el gobernador bonaerense. La deserción de Scioli de una alianza opositora a Cristina fue algo más que una decisión política; apareció en Scioli esa timidez congénita que lo inhibe para distanciarse de Cristina. Algo igual a lo que ahora le sucede, cuando desmarcarse es la única forma de evitar la debacle final.
        Todo esto explica los guiños de Massa hacia Macri, pese a dejar en libertad de acción a su electorado. Para hacerse con la conducción del peronismo y volverse opción de poder dentro de cuatro años, a Massa le conviene una crisis que lo tiene a él ahora, como el fiel de la balanza. Quiso una alianza con Macri y no se la dio; ese es el único problema que tiene con Mauricio y para entrarle al aparato peronista se necesita una crisis política de carácter auto destructivo, como la que sobreviene en esa fuerza política ante el hecho de volver al llano. Así, cuando conocieron la derrota con Alfonsín y De la Rúa, la única contribución que tuvieron, fue embarrar la cancha, apagando los incendios que ellos crearon con gasolina y dinamitando desde la CGT todo acuerdo razonable y sensato.
        Sergio Massa con fino olfato político sostiene que: "Se termina la Argentina de los excesos desde el poder. Algunos creyeron que con el voto escrituraban el Estado".
        No solo Massa influye, también De la Sota y Lavagna se desmarcan de Scioli. "Yo estoy en el campo del cambio", dijo Lavagna. Y cuando le consultaron si esa opción era votar a Macri, respondió: "En principio, sí". Al instante, remató: "Claramente, el cambio es no votar al Frente para la Victoria". Hasta Hebe de Bonafini, titular de las Madres de Plaza de Mayo, dijo que Scioli "no es un tipo querido ni creíble" y el jefe de la CGT más cercana a la Casa Rosada, Antonio Caló, aseguró que Scioli "sabe que tiene que cambiar", lo cual palmariamente está indicando que habría que ver si el que votó a Scioli, lo vuelve a hacer en un ballotage.
        Todo esto responde a un hecho político: Massa necesita mostrarse como el cambio, porque es la señal que da hacia el núcleo duro peronista en crisis, para presentarse de aquí a cuatro años como la renovación peronista. Algo similar a lo de Menem que ante los ortodoxos y viejos dirigentes era parte de la renovación.
        En sus intervenciones Massa habla con claridad y dice: “La gente no quiere continuidad” y sostuvo: "El problema es de Scioli si no puede romper con el kirchnerismo". Lo que indica que únicamente basta esperar cómo actúa el massista de a pie, porque exceptuando a Malena Galmarini, la esposa de Massa, todo indica que en el Frente UNA, entre un Scioli dominado por Cristina y un Macri generándole una crisis muy grande a la guardia vieja, prefieren a este último, dado que de aquí en mas el escenario político lo pone en condiciones de liderar un nuevo peronismo.
        La opinión de los intelectuales kirchneristas como Horacio González es más expresiva por lo que no dicen, que por lo que dicen. Así sostiene: "Todos los que quieran que Scioli sea el próximo presidente, tienen que sumarse y dejarse de distraer con huevadas y preocuparse por temas importantes".
        Pregunto yo: ¿Y en qué cosas andan los que quieren que Scioli sea el próximo presidente?
        No cabe duda que se trata de gente que no le importa, ni le interesa, que el dólar paralelo vuelva a subir y alcance la barrera de los 16, o que el costo de vida anual sea de un 25,91 por ciento.
        Le dejaron una bomba de tiempo al que venga y creo que es eso, fundamentalmente, lo que tiene que cambiar en el vecino país.


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