Hace un tiempo atrás conversando con
alguien del Frente, al ver que no nos entendíamos, aproveché la bolada para tratar de saber, cuál fue la razón por la
cual estuvo preso.
Me dice: “Yo tenía una biblioteca muy grande y muy linda. Tenía los discursos
completos de Fidel Castro, las Obras Escogidas de Lenin, tenía cosas que nunca
más se van a ver en ningún lado. Cuando sereni
dijo que tiren todos los libros, no le hice caso y me la comí doblada por tener
material subversivo en mi casa.
Se llevaron
todos los libros, la Revista Transformaciones, la Revista Praxis, la Revista Estudios.
Tenía 3 fotos del Che Guevara, la discografía completa de Zitarrosa, una
cachilita de lata que me regaló mi padre y un soldadito de plomo de la guerra
del 14’, que me había dado el abuelo”.
Le digo: “Tu caíste preso por eso, no tengo motivos para pensar algo diferente,
pero otros fueron a prisión por tener armas empotradas en la pared”.
A lo que me contesta: “Si, los vecinos de enfrente. Yo coordinaba
con el hijo del Tito. Ni Nacho, ni nadie sabía que en la casa del balneario tenían
armas empotradas en la pared”.
Le contesto:”Más allá de eso y de lo que diga o dejase de decir Seregni en ese
momento, hay un hecho político de fondo: El golpe no fue un trueno en cielo sereno, después de febrero del 73’ se lo
vio venir, era cuestión de días, fue un golpe en cámara lenta. ¿Ustedes no se daban cuenta que se venía y seguían
organizados como si nada?”
Me dice: “Nos dábamos cuenta sí, lo veíamos venir día a día, pero no podíamos
irnos de la Ujotace”.
“¿Por qué no
podían irse? Le
pregunto.
“Porqué
si nos íbamos, iban a decir que éramos traidores”.
“Traidores,
por qué” –le digo-, si el partido no los quería a ustedes”
Ante lo cual, lo primero que le sale en
mente es preguntarme:”¿Cómo sabés eso?”
“Me lo contó
un pajarito”,
le digo. “Ese partido de tus amores no
los quería a ustedes. Los acusaba de infantilistas y voluntaristas que no
entienden nada de política internacional”.
“Es verdad” –me dice- “Los viejos no estaban de acuerdo con
nosotros y al final, fuimos a la paliza con un grisín en la mano”
“A
la guardia vieja –le digo-, no le hacía ninguna gracia que se pasaran
todo el día, de asamblea de clase en asamblea de clase saboteando la enseñanza
en los liceos.
Además
ustedes, no razonaban como ellos, tenían incluso otra manera diferente de
plantear las cosas. Les dijeron de todo: oportunistas: entristas, formulistas,
consigneros, incendiarios. No quedó adjetivo sin ser usado. Estaban horrorizados
con gente así”
“Es
cierto” –dice-, “Lo que pasa es que
en ese momento la revolución estaba a las puertas de la esquina”.
“¡De qué
esquina
–le digo-, de la esquinita de Doña Juana,
Doña María, Don José y el almacén de Manolo, o de las calles de Varaderos,
donde se quedó varada la revolución en las vueltas de cada esquina. Antes
lloraba por él, sí y ahora llora por verla morir”.
“Si, bueno,
pero había que comprometerse, era la hora de las definiciones” –me dice-, a lo
que le respondo: “No, no es así. Es
mentira que las grandes masas quisieran pelear. Es más, cuando vino el golpe de
estado, la inmensa mayoría de la población estuvo a favor, pedían una mano dura”.
“Ustedes
se tragaron de tanto leer a Lenin la propia pastilla del auto engaño, que
consiste en confundir deseo con realidad y vivir en una burbuja ideológica. Principio de placer no les deja ver
principio de realidad. Porque Fidel dijo, entonces yo, tal cosa, porque
Lenin dijo, entonces lo que hay que hacer ahora es esto otro. Siguen sin querer
sacar conclusiones de lo que les ocurrió”.
“El partido
ya hizo la auto crítica” –me dice-, y le digo en el momento en que me levanto
para irme: “Eso me alegra mucho, muchísimo,
pila”, le doy la mano y me voy.
Terminada la
conversación me fui evocando los versos de García Lorca: “No quise. No quise decirte nada. Vi en tus ojos dos arbolitos locos”.
En otro tiempo ante gente así uno decía:
“Dejálos, problema de ellos”, pero
hoy están en el gobierno y van para más.
Estamos ante 40 años de distancia de
aquellas carnestolendas, pero se ve que son como el Taba, ni olvidan, ni
aprenden. No crecieron, tienen necesidad
de inventar la realidad para existir políticamente.
Tener una utopía no tiene nada malo. Las
utopías son como el horizonte que se empieza a correr a medida que caminamos.
Lo malo es tener una ectopía.
Todo esto empezó siendo una tragedia
colectiva, se convirtió en el drama personal de algunos y ahora es una
enfermedad de más de 8 que no se detiene en el Uruguay.
Sin duda alguna, los primeros 40 años
son duros.