Voy a tratar de sacar algunas conclusiones iniciales sobre lo que
ocurrió el domingo 26 de octubre de 2014. Como toda conclusión previa lo que he
de decir, está sujeto a futuras correcciones, porque realmente, es difícil de
procesar el resultado, pero todos sabemos que cuando las urnas cantan, algo nos
están diciendo a todos.
En primer lugar, viene a mi mente las elecciones del año 84’, cuando el
Frente Amplio tuvo el crecimiento vegetativo. Llamaba la atención en aquel
entonces, que después de 11 años de dictadura, en donde había cambiado
prácticamente, todo en nuestro país, sin embargo el Frente, circuito por
circuito, tuvo exactamente, la misma votación que en las elecciones de 1971.
Los politólogos estaban asombrados, porque las cifras no permitían
entender los cambios procesados en la sociedad uruguaya durante 11 años de
interrupción de la democracia, en donde existieron 300 mil personas que se
fueron del país, nueva generación emergente que no vivió el proceso previo a la
caída de la democracia, incluso nuevos hábitos de consumo en la gente.
¿Cómo podía ser decían, que estas cifras idénticas a las del 71’, no
permitan una lectura de lo ocurrido durante todo este proceso?
Algo sostenían, ocultan los
números que no permiten extractar conclusiones más allá del crecimiento
vegetativo.
Acá por lo visto sucede algo similar, los resultados de las elecciones
confirman una inercia en donde el mapa político de 2009 “parece ser igual” al
de 2014.
Durante estos cinco años pasó mucha agua bajo los puentes, en un país en
donde nacen 50 mil niños por año y mueren 50 mil ancianos y en donde además
existían 200 mil jóvenes que cumplían al momento de las elecciones 18 años.
La primera conclusión y esto es algo que debe ser analizado con mayor
profundidad que mi análisis a vuela pluma, es que los jóvenes votan igual que
los padres.
La segunda que la merma del partido colorado responde a que su núcleo
duro esta en la faja etaria más alta de la sociedad uruguaya y tiene
dificultades de captar el voto juvenil.
A esto hay que agregarle la injerencia inconstitucional del MIDES, cuyos
sueldos los pagamos todos, haciéndole ensobrar listas a los pobres y todo el
aparato mediático al servicio de la propaganda gubernamental, en un país en
donde la prensa la leen los mayores de 50 y el común de la gente se maneja con
la televisión.
Hay que agregar también, que hubo un cambio en la psicología popular y
que hoy el voto ciudadano es una decisión que se toma sin discutir con nadie,
claro indicador de una sociedad fragmentada socialmente. En otros tiempos la
gente discutía con el otro su posición y trataba de convencerlo, hoy está dado
por supuesto, que no vale la pena hablar con nadie.
Esta aparente calma, a mi criterio, es un signo preocupante de
intolerancia, porque si bien era malo antes discutir a los gritos, no se ve qué
puede tener de bueno el mutismo y la aparente indiferencia, incluso a una
altura de la campaña en donde siempre los ánimos estuvieron caldeados.
¿Hay un menor compromiso con la cosa pública, un desinterés o un dar por
supuesto que el diálogo, la palabra, la propia opinión es la única que vale y
no interesa ni escuchar la del otro?
A su vez y este es el dato más significativo de todos, el Sí a la baja
fue votado por la "izquierda frentista" y por eso llega al 47 por
ciento, que es la cifra que suma la oposición de los partidos fundacionales.
De lo que se desprenden dos cosas elementales: "la izquierda
frentista", no está de acuerdo con utilizar a los infantos juveniles de
brazo político ejecutor y los partidos fundacionales no supieron convencer a
toda su gente de la importancia política que tenía votar Sí a la baja.
No quiero ni pensar la de contradicciones internas que va a tener esa
mayoría parlamentaria de la que tanto se jacta "el dotor".
Como se puede apreciar por estas observaciones iniciales, pese a la
aparente estabilidad de las cifras, mucha cosa cambió, más allá de la que uno
cree, que los números ocultan.
Todo cambia,
aunque no lo parezca.