Siempre
admiré a Roberto Barry. Ese hombre que salía vestido de gaucho, a caballo en
los carnavales de antaño.
Me
miraban como si fuera lo más bajo de la escala social, por el sólo hecho, de
que me gustaban los chistes de Barry.
Me
decían: “Vos estas con Barry, vos sí que descendiste”.
Cuando
iba a la escuela, no podía evitarlo y tomaba la Bañadera, con Medio día con
usted, sin verlo hasta el final. Es lo que más lamento. Porque me iba contento
a estudiar.
Cuando vino la dictadura, fui a verlo al Palacio Salvo y los chistes que hizo, fueron tan buenos, que lo clausuraron.
Hoy
me siento como Barry; “tirando de la frazada”.