En
aquella época, allá en el Pleitoceno, cuando ser el Varón del Tango era un
orgullo que los pocos tauras que quedamos tenemos, cada cual trataba de mostrar
qué carpeta, prontuario, había logrado.
Eran
otros hombres, más hombres, los nuestros.
Acá
no hay buenos y malos, Peñarol y Nacional, blanco y colorado, todos éramos
iguales.
No
se conocía, pasta base, ni falopa, los muchachos de antes, no escuchaban cumbia
villera.
Como
una nube de mejillas negras un día mi cielo cambió y otros nubarrones, vinieron
en el horizonte.
Me
quedé sólo, por la sencilla razón, de que es mejor andar solo que mal
acompañado.
La
soledad enseña, fundamentalmente, porque en la vida es el universo entero el
que conspira, pero en la soledad no existe más enemigo que uno mismo.
A
mí me importa tres pepinos el pasado de otra persona. Nunca le pregunto a otro
de donde viene. Le pregunto para donde va en la vida.
Esa
es la causa por la cual le propuse matrimonio a muchas prostitutas y después,
por diversas causas, la cosa no se dio.
No
tengo ese problema, me importa muy poco, tu
pasado.