Es muy prematuro en este momento sin cifras oficiales a la vista y sólo con las dos terceras partes de los votos escrutados vaticinar una opinión más allá de vagas generalidades. De modo que, habida cuenta que el principio de incertidumbre funciona en este momento a la orden del día, lo mejor, creo yo, es apuntar un par de hechos ciertos que marcan el rango y las tendencias que la pincelada de las elecciones internas dejan.
En primer lugar, lo que me llama la atención es la distancia que cada vencedor le lleva a su respectivo perdedor interno.
Se podría en este sentido manejar tres rangos diferentes para evaluar el rol que ha de jugar cada perdedor dentro de su partido.
Una forma de perder es la de Amorín Batlle y Luis Hierro en el Partido Colorado, en dónde el vencedor llega al 72 por ciento de los votos y se convierte en mayoría aplastante. Por la situación en que está colocado dicho partido en el escenario general -un 12 por ciento de intención de voto- el vencedor se ve obligado a no hacer valer su fuerza y su poder y buscar una fórmula generosa que contemple a la minoría como modo de cortar el desfibramiento que dicho partido sufre.
Otra manera de perder es la de Astori en el Frente Amplio, en dónde el vencedor llega al 52 por ciento de los votos y el perdedor queda con un 40 por ciento. Es una victoria amplia y contundente, pero la derrota no lo quita del medio al perdedor sino que, le da cierto margen de maniobra; el suficiente como para crearle problemas e incomodidades al ganador. Tales como salir a decir que es necesario hacer acuerdos programáticos y acto seguido reclamar para sí el Ministerio de Economía y Finanzas, el Banco Central del Uruguay, el Banco de la República Oriental del Uruguay y Oficina de Planeamiento y Presupuesto, amén de las carteras de Transporte y Obras Públicas y la de Salud. Por si fuera poco el perdedor del Frente Amplio -Danilo no te vayas- quiere quedar habilitado a encabezar la lista al Senado de Asamblea Uruguay, su grupo, lo que no es habitual en un candidato común del Frente. Como diría el paisano, "no pìde nada esa boquita".
La última forma de perder es la del Partido Nacional, en dónde si bien la victoria es inocultable, la derrota del perdedor, 43 contra 57 por ciento, lo posiciona de un modo significativo a ser tenido en cuenta. Hecho este, que fue perfectamente entendido por Luis Alberto Lacalle, haciendo de una fórmula de consenso, una posible fórmula de la victoria.
Amorín Batlle y Luis Hierro, por un lado, Astori por el otro y Larrañaga en otra punta, son y representan tres maneras diferentes de perder y por ende de posicionarse diferente en el escenario político. Demás está decir, que la derrota de Larrañaga -simple altibajo de opinión, porque viene de una victoria interna en el 2004- es la que mejor se puede sobrellevar, si se tiene, como se tuvo, la sabiduría de que la victoria del ganador, no se convierta en un mezquino triunfo, madre de una futura derrota general.
En segundo lugar, otra cosa que es llamativa es la baja participación relativa que estas elecciones internas cruciales tuvieron en la historia del país.
Resulta que acá no fue a votar quien sostenía que lo iría a hacer en forma segura. Lo que indica que hay un dislocamiento entre lo que la gente se ve obligada a decir de la boca para afuera y lo que realmente piensa de la boca para adentro. Es verdad que varias cosas pudieron conducir a un nivel de participación tan bajo fundamentalmente, en el Frente Amplio: el día frío, la no obligatoriedad, las vacaciones de julio, el hecho de que en invierno nadie llama a elecciones y demás, pero en lo personal, me inclino a pensar que lo que sucedió es otra cosa: El Partido Nacional conservó la misma participación que en internas anteriores, en cambio el Frente Amplio, mermó y una de las quejas de sus dirigentes es el hecho de que los militantes que habían participado, no fueron a votar ese día. Hecho llamativo, para una fuerza política que desde el Plan de Emergencia, luego llamado Plan de Equidad está basada en el clientelismo político, al mejor estilo de los planes trabajar del peronismo argentino. Da la impresión que mucha gente, le dijo que lo iba a votar, participó, pero luego no fue, porque si bien se benefició con planes populistas de asistencialismo, íntimamente, no está muy convencido que sea eso lo que hay que hacer, no quiere romper amarras y quemar las naves con los otros sectores políticos y en definitiva, curra con la situación que el Frente Amplio generó. Esa es la situación más preocupante que tiene esta fuerza política, lo que se llamó históricamente, la política del péndulo, la de aquel que asiste a comilonas en los clubes políticos y luego no los vota. Descubrir hoy, que el voto comprado en el Uruguay es el peor voto, es algo muy auspicioso para una fuerza política que se presentaba ante todo el mundo, como los paladines de los principios, la ideología y la pureza republicana en los procedimientos electorales. Además, el discurso para dirigirse a esa gente de raíz y formación colorada pachequista, no parece ser el más adecuado, poniendo temas al estilo 1984, en dónde el votante en aquel entonces era un joven molesto con la dictadura militar. Pasaron 25 años de aquella época, hecho del que parecen no haberse dado cuenta.
En tercer lugar, otra cosa que me llama la atención es la manera de elegir Vicepresidente y armar la fórmula. Así vemos que mientras para Pedro Bordaberry, "hubiera sido una mala señal haber elegido" la fórmula presidencial sin concenso de las minorías, para el Partido Nacional era crucial definirlo en ese mismo momento. Es evidente que "Vamos Uruguay" no quiere ser la dueña de todo el Partido Colorado, ni está pensando en ganar, sino, antes bien, en posicionarse mejor para próximas eventualidades y por ende, dilata la decisión a la resolución de la Convención del Partido. Una solución generosa como la que anunció Pedro Bordaberry lo pone al partido con varias puertas de entrada y si bien le da cabida a una nueva generación que camine al costado y no detrás de la anterior, no rompe con el fuerte peso de los liderazgos clásicos, como el de los expresidentes Sangüinetti y Jorge Batlle, que pese a su escasa incidencia en votos hoy en día, tienen una influencia muy fuerte como formadores de opinión. Fundamentalmente, contempla un imprevisto político, a Amorín Batlle, que no contó con el apoyo de sus principales referentes históricos y al que las encuestas le daban solamente un 2 por ciento, lo voto el 15 por ciento de dicho partido y, guste o nó, es nominalmente el segundo más votado.
Una fórmula inmediata, frente a las cámaras de televisión luego de las internas, como la de Lacalle‑Larrañaga, era lo que todo el mundo estaba esperando, esto es, ponerle fin al litigio interno y mirar hacia adelante. Lo que está en juego -sacarse este Gobierno de encima- es demasiado importante como para cometer errores garrafales al estilo de un Ramírez o de un Tarigo en su tiempo. No "cansarse en la largada" parece ser la clave del posicionamiento nacionalista en el nuevo escenario político. Este sistema en donde el que gana tira y el que pierde empuja ya lo aplicó el Partido Colorado con muy buen resultado en la fórmula Jorge Batlle-Luis Hierro.
Una fórmula dilatada como la del Frente Amplio, en dónde presumiblemente el candidato a vicepresidente sería Astori, pero luego de un adecuado acuerdo programático, cargos esenciales mediante como ya dije -como si esa fuerza no hubiera votado su programa en diciembre del 2008- huele a malestar profundo y poca colaboración para encolumnarse hacia octubre. No parece ser que estuvieran para "abrir columnas", sino para levantarlas. Como decía José Hernández, en su inmortal Martín Fierro: "Parece que sin largar, se cansaran en partidas".
Todo indica que el Partido Nacional en este momento es quien está mejor posicionado de todos. No hay que olvidar que lo que le duele al Frente Amplio es haber perdido en relación de fuerzas, aunque sea una simple elección interna, con el Partido Nacional y no con la suma de todos los que no son Frente Amplio. A eso estaba jugado, a ser más comparativamente considerado ante cada uno, aunque fuera algo menos ante la suma de todos los demás juntos. Perder la consideración de favorito, lo coloca en la misma situación que los gallos cuando le cortan el pernacho rojo y las gallinas ya no lo respetan. En ese gallinero en que se convirtió el Frente Amplio, se altera ahora fuertemente el orden de picoteo y, por ende, los culpables simpre son los otros: el imperialismo, la burguesía, la contraofensiva del multimillonario De Narvaez contra Kirchner, el putch gorila a la vieja usanza en Honduras, el triunfo de la derecha en la Unidad Europea y cosas así. No hay que olvidar, tampoco, que a medida que va cayendo en consideración ante la opinión ciudadana, más aspectos oscuros y sombríos comienza a mostrar y es capaz de cualquier barbaridad.