viernes, 15 de mayo de 2009

El hombre irracional en el Uruguay de hoy


      Una de las cosas que más llaman la atención en esta campaña electoral que estamos viviendo en el Uruguay, es el rol que juega, por primera vez, la irracionalidad en política, como motivo de identificación más allá del debate ponderado.

     Decía Wilheim Reich, en “Psicología de las Masas Fascistas” que uno de los errores que cometió el Partido Comunista Alemán contra Hitler, fue hacer una campaña respondiendo en términos económicos y político racionales, mientras lo de Hitler se basaba en el romanticismo alemán, la tradición bávara y un culto místico irracional a la personalidad. Criticar a Hitler era condenarse a predicar en el desierto, porque los elementos de aprobación que lo sustentaban estaban más allá del universo del discurso político. Fenómenos políticos de esta naturaleza hay muy pocos: se puede incluir a lo de Mussolini, Perón y Fidel Castro, porque los otros procesos, como el de Salazar, el de Franco o el de Pinochet, si bien imponen el unicato político totalitario, reposan en componentes más raciones y políticos.

     Lo que estamos viviendo hoy en día es novedoso porque no deviene de la tradición nacional. El único caso equiparable sería el de Luis Alberto de Herrera, en donde la gente lo quería, no importaba que decía, votaba o defendía. En el caso del Viejo Herrera, había un cariño de tipo afectivo, “El doctor Herrera ¡Qué hombre bueno!”, pero no un espíritu pendenciero y agresivo, como la irracionalidad que estamos viendo ahora.

     Si se toman los casos de máxima irracionalidad pendenciera, como el de Hitler, por ejemplo, vemos que el resentimiento social jugó en él, un rol importante, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y el humillante, para ellos, Tratado de Versalles. Lo mismo ocurre con Fidel Castro, en donde un permanente complejo de inferioridad le da la necesidad de ponerse como si él fuera David, en lucha contra Goliat. Algo parecido vemos en Juan Domingo Perón, “El Pocho”, en donde resulta que todos, desde la Iglesia Católica, al partido comunista, pasando por la embajada norteamericana formaban una suerte de “sinarquía internacional”, que conspiraba contra un proyecto redentor: La Argentina Potencia que él, y la industria liviana, encarnaba. Discutir en términos racionales, políticos, económicos, con una cosa así, no tiene sentido, porque el tipo de gente que lo apoya está pidiendo un límite y como no se lo dan, se siente llamada a humillar con su aprobación, lo que cualquiera entiende representa, un mundo iliberal de antivalores.

     Obviamente, son la expresión palmaria de una fragmentación social en la conciencia colectiva, en algunos casos como el de Hitler, representan en el imaginario colectivo a San Jorge en lucha contra un Dragón que se come las vírgenes, en otros como Fidel Castro, a David peleando contra el Goliat norteamericano, en otros la de un ser que tiene el don de la ubicuidad y está más allá del bien y del mal, avanzando con todos y contra todos, como Perón, ese raro dios desconocido de la montaña mágica. Como decía José Ingenieros: "El drama argentino es muy simple: piensa mal, vive mal".

     No nos engañemos, son todos gigantes con los pies de barro, gobernando con hombres de media cuchara, que si no fuera por eso, no existirían en política.

      A Arafat, como líder que no es racional, le pasaba en la promoción de su imagen política algo que para nosotros, aquí en el Uruguay era en aquella época, difícil de interpretar. Un individuo que fue guerrillero y se presenta como que está de vuelta de todo aquello, que lo único que sabe hacer es poner paños fríos en los conflictos, que no es creíble para sus partidarios que lo atacan, porque lo consideran un traidor, qué a su vez es querido por gente común y corriente que tiene menos nivel de comprensión y termina siendo apoyado por un grupito de guerrilleros que tapada, sigilosamente detrás de él, siguen actuando, está llamado a tener conflictos con su enemigo y a poner siempre cara de "¡Porqué me hacen eso!". Esto es algo muy nuevo para nosotros que recién ahora estamos comenzando a visualizar.

        Es totalmente irracional que una cosa así genere fervores y emociones fuertes.       

     Hacer el culto a la personalidad de Mujica es renunciar al uso de la inteligencia recta y deslizarse por la pendiente a la que la televisión quiere llevarnos.

     Nadie que esté en su sano juicio, puede creer que un Arafat a la uruguaya es el hombre indicado para gobernar nuestro país.