La pregunta que hay que hacerse con respecto a las elecciones
que van a haber en Chile el próximo domingo es si en verdad el que gana es
Piñera o quien pierde es Bachellet.
La presidenta llega al gobierno con el 62% de los votos, una
valoración altísima y enormes expectativas de cambio social. Si tenemos en
cuenta que el perfil que mantuvo Sebastián Piñera fue bajo y que la campaña no
discutió en ninguno de los candidatos temas importantes, sino que más bien
fueron generalidades que no pasan de ser una petición de principios, se puede
entonces deducir que en realidad más que ante un triunfo del candidato de la
centro derecha, estamos ante un fracaso del centro izquierdo.
Las reformas que impulsó la presidenta, como la tributaria,
la educativa, la laboral, el sistema electoral, la despenalización del aborto,
no cayeron bien en amplios sectores de la ciudadanía. Si a esto se le agrega el
escándalo que afectó a su nuera y a su hijo por presunto tráfico de influencias,
se puede entonces entender que la credibilidad de Bachellet haya bajado
notoriamente.
La economía no se hundió, ni tuvo altibajos importantes más
allá de la baja del cobre en los mercados internacionales, pero la clase media
chilena creció apenas un 1,8% de la media, el peor índice desde 1990.
Bachellet se encontró también con el hecho de que su grupo
político Nueva Mayoría no era monolítico en el apoyo, ni estaban todos de
acuerdo con las reformas que impulsaba. Ni siquiera ante la inminencia de un
triunfo del centro derecha logran pactar un candidato de consenso en las
elecciones. Si algo demostró es una gran incapacidad para ordenar la agenda
política y mantener un liderazgo convincente.
Roberto Ampuero, un escritor chileno que fue ministro de
Cultura de Piñera en su primer gobierno, cree que el problema de Bachelet fue de
interpretación política. “Hubo manifestaciones muy ruidosas y creyeron que les
estaban pidiendo arrojar por la borda el modelo chileno que precisamente ellos
habían impulsado. Pensaron que había que hacer borrón y cuenta nueva. Estaban
asustados porque les estaba apareciendo una izquierda nueva, el Frente Amplio.
Fueron incapaces de interpretar lo que querían los chilenos. El gran error fue
desentenderse del legado de la centroizquierda chilena. En este país hay una
clase media muy potente que quiere conservar lo que ha conseguido con su
trabajo”, sostiene.
Según el ex ministro de Cultura: “La clave es la forma en que
Piñera sea capaz de adueñarse del centro a través de una alianza y representar
los anhelos y los temores de la clase media. Un discurso muy de izquierda no
consigue mayoría en Chile, como hemos visto, pero tampoco uno de derecha”.
Según David Gallagher, analista político y economista: “Un
legado negativo grande del Gobierno es haber destruido la socialdemocracia en
Chile. En estos cuatro años se destruyó la izquierda moderna que representaban
dirigentes como Ricardo Lagos o, incluso, un primer Gobierno de Bachelet
(2006-2010). La incorporación del Partido Comunista hizo mucho daño”, afirma.
Como se puede apreciar Chile se prepara para iniciar el
viraje político iniciado en Argentina, que ahora está viviendo toda la región y lo hace
a la chilena, tranquilamente y en calma.