martes, 12 de enero de 2016

Un esperado y merecido homenaje



         


         Francisco Lavandeira nació en Florida en 1848 y murió en Montevideo en 1875. Fue el fundador del Partido Nacional.
        En 1870 se sumó a la Revolución de las Lanzas y editó, junto a Agustín de Vedia, el periódico propagandístico La Revolución, con una imprenta volante. En junio de 1872 Vedia y Lavandeira comenzaron a publicar el diario La Democracia, portavoz de los principistas blancos, que el 7 de julio emitió el manifiesto programático del Club Nacional. En él se proponía trascender las antiguas divisas en una organización basada en los principios comunes.
        Fue el origen de lo que llegaría a ser posteriormente el Partido Nacional. En 1873 Lavandeira obtuvo la cátedra de Economía Política en la Universidad de la República, ámbito en el que adquirió un temprano prestigio. Alternó la docencia con una intensa actividad política centrada en el periodismo. Fue decidido impulsor de una acción común con los principstas para combatir la influencia de los caudillos y la contumacia de los blancos y colorados tradicionalistas o “netos”.
        El 1 de enero de 1875 debían realizarse elecciones de alcalde ordinario y defensor de Menores en Montevideo y los principistas blancos y colorados trabajaron estrechamente para custodiar la limpieza de estos comicios. Postergados para el día 10 a raíz de violentos incidentes, se coloca la urna en el atrio de la Iglesia Matriz. Los principistas estaban reunidos en el Club Inglés, en Rincón e Ituzaingó, y los “candomberos” –tradicionalistas colorados en la Confitería del Ruso, en la calle Sarandi, donde está actualmente el Club Uruguay. A eso de las dos de la tarde era evidente que la lista de los principistas, encabezada por José Pedro Varela y Adolfo Artagaveytia, superaba largamente a la de los “candomberos” o “netos” (el voto era público); en ese momento, algunos elementos de esta tendencia, entre los que se contaban Francisco Belén, Isaac De Tezanos y Pedro Varela, atacaron armados con ánimo de apoderarse de la urna, mientras que desde las azoteas disparaban varios francotiradores. Lavandeira, junto a otros de su misma tendencia, corrieron a evitar la sustracción de la urna, pero recibió un balazo en la aorta que le produjo una muerte casi inmediata; tenía 27 años. Este final heroico, cargado de simbolismo (se produjo en defensa de la pureza del sufragio), hecho que le confirió un sitio destacado en la tradición blanca.
        La elección que debía realizarse en 1875 fue trascendente por varias razones, porque por primera vez no se enfrentaban blancos y colorados, sino blancos y colorados principistas, contra blancos o colorados caudillistas o candomberos. De un lado estaban José Pedro y Carlos María Ramírez, Francisco Lavandeira, Agustín de Vedia, José Pedro Varela, Pedro Bustamante, Julio Herrera y Obes, del otro el golpismo más negro.
        Este merecido homenaje que el Partido Nacional le tributa al abogado, universitario, economista, periodista y luchador por la libertad que fue la figura de Francisco Lavandeira, masacrado en el atrio de la matriz, defendiendo el sufragio, se da en un contexto latinoamericano muy especial, en dónde la defensa del estado de derecho y las instituciones democráticas se han vuelto una prioridad, ante esta escalada de la violencia, el narcotráfico y el abuso de poder, que ponen a todo republicano en estado de admirable alarma y de expectativa ardiente.
        Lo que el despotismo no quiere, ni ha querido entender, es que las ideas no se matan y que los Franciscos Lavandeira no mueren, se multiplican y convierten en millones de millones que transmiten y dicen las mismas oraciones.
       

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