miércoles, 18 de noviembre de 2015

No al jacobinismo afrancesado



        La técnica del asalto revolucionario al poder no se detuvo en lo de Sendic, ahora con Mujica y el MPP, toma una nueva forma más gradual. Pero la consigna de podrirla bien podrida de Amodio Pérez, sigue intacta.
        La escalada del terror tupamaro irrumpió después del ataque a Pando, cuando creían que esa era la Sierra Maestra de la revolución uruguaya. En el Uruguay de aquellos años no tuvieron suerte, gracias a la madurez del hombre de campo uruguayo.
        Allí quedó marcado el mensaje de que las cosas cambiaban de naturaleza y que los ataques y robos a los Bancos, no eran espontáneos sino organizados. Una nueva forma de terrorismo desnudaba su rostro y exhibía con espeluznante fiereza, que una nueva guerra empezaba y que los métodos que se iban a usar nada tenían que ver con los convencionales. Donde una de las partes disfrutaba con la muerte del "enemigo" y de la propia, porque estaba convencido de que trabajaban para una sociedad más justa, sin explotados, ni explotadores.
        Se desató la guerra que querían y fueron vencidos gracias a la difícil coordinación entre Otero y Trabal. Otros fueron desactivados a tiempo.
        Cayó Sendic, pero el tupamaraje no desapareció.
        Ya no había dudas de que aquella sociedad amortiguadora de que hablaba Real de Azúa había desaparecido y se iniciaba un país en dónde un sector le declaró la guerra a otro.
        Aprovecharon, en todo lo que pudieron, el apoyo de hombres como Dubra o Martínez Moreno, esto es, la democrática protección a sus fechorías, para organizarse, mantener sus vínculos y seguir reclutando “gambusas” para hacer de carne de cañón. Todo eso se pagò con sangre y muerte, aunque ahora lloren sobre la leche derramada, sobre 116 infelices izquierdos humanos.
        Por algo, no quieren hablar de los atentados terroristas en París y le hacen la vida imposible al pobre Nin Novoa.


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Del mal que uno teme,
de ese muere, decían los griegos.