La
técnica del asalto revolucionario al poder no se detuvo en lo de Sendic, ahora
con Mujica y el MPP, toma una nueva forma más gradual. Pero la consigna de podrirla bien podrida de Amodio Pérez,
sigue intacta.
La
escalada del terror tupamaro irrumpió después del ataque a Pando, cuando creían
que esa era la Sierra Maestra de la revolución uruguaya. En el Uruguay de
aquellos años no tuvieron suerte, gracias a la madurez del hombre de campo
uruguayo.
Allí
quedó marcado el mensaje de que las cosas cambiaban de naturaleza y que los
ataques y robos a los Bancos, no eran espontáneos sino organizados. Una nueva
forma de terrorismo desnudaba su rostro y exhibía con espeluznante fiereza, que
una nueva guerra empezaba y que los métodos que se iban a usar nada tenían que
ver con los convencionales. Donde una de las partes disfrutaba con la muerte
del "enemigo" y de la propia, porque estaba convencido de que
trabajaban para una sociedad más justa, sin explotados, ni explotadores.
Se
desató la guerra que querían y fueron vencidos gracias a la difícil coordinación
entre Otero y Trabal. Otros fueron desactivados a tiempo.
Cayó
Sendic, pero el tupamaraje no desapareció.
Ya
no había dudas de que aquella sociedad amortiguadora de que hablaba Real de
Azúa había desaparecido y se iniciaba un país en dónde un sector le declaró la
guerra a otro.
Aprovecharon,
en todo lo que pudieron, el apoyo de hombres como Dubra o Martínez Moreno, esto
es, la democrática protección a sus fechorías, para organizarse, mantener sus
vínculos y seguir reclutando “gambusas” para hacer de carne de cañón. Todo eso
se pagò con sangre y muerte, aunque ahora lloren sobre la leche derramada, sobre
116 infelices izquierdos humanos.
Por
algo, no quieren hablar de los atentados terroristas en París y le hacen la
vida imposible al pobre Nin Novoa.