sábado, 1 de noviembre de 2014

Una nota editorial muy, pero muy buena.

     Reproduzco el artículo de Leonardo Guzmán, de El País del viernes 31, porque es la base para pensar en la realidad política uruguaya.
     Voy a realizar otro tipo de análisis, más social y psicológico del uruguayo de hoy, pero ese artículo es la piedra angular de lo que serán mis reflexiones.

 Batllismo:¿ahora qué?

Ganó el continuismo. En mayoría, los ciudadanos apoyaron la gestión frentista sin juzgar la decadencia nacional que provoca. Después de Pluna, Ancap y el resto, mantuvieron incólume su adhesión como la esposa que atajaba al cónyuge: “Yo ya tengo mi opinión formada: no me vengas con hechos”.
Los incondicionales merecen respeto, cuando son de buena fe y no por cálculos o acomodos. Repiten actitudes que nos injertaron los materialismos crudos -no sólo el marxismo: bajar la guardia ante la Constitución, despreciar el debate político, dejar que las noticias resbalen, disolver el yo en excipientes de insensibilidad. Contra esos extravíos hemos combatido y combatiremos, pero sin perder el respeto por tantos “prisioneros de una equivocación” –valga el bolero- a quienes tarde o temprano rescatará la libertad crítica que hoy les luce anestesiada.
El arco de quienes nos oponemos al Frente no puede ser más vasto. Abarca desde la izquierda -partidos como Unidad Popular, ciudadanos con perfil propio como Gustavo Salle y Hoenir Sarthou-, pasa por el Partido Independiente -crecimiento más que expresivo- y vibra en el Partido Nacional y hasta en las últimas estribaciones del Partido Colorado. No nos arredremos: el escrutinio proclamó que el oficialismo ganó siendo la mitad menos poco, pero también proclamó que los que clamamos por otra clase de gobierno ya somos la mitad más poco.
Si asumimos como un inmenso bien la capacidad de discrepar dentro y fuera de partidos sin cúpulas que mandoneen y si por encima de propuestas nos unimos en torno al ideal de libertad y al principismo constitucionalista, podemos abrir un diálogo luminoso y esperanzado entre todos los valientes que no quieran dejar vacía su silla. Para eso nos parece natural balancear el predominio parlamentario frentista –cuyas genuflexiones desvalorizaron al Poder Legislativo- votando para el Ejecutivo a un espíritu liberal y conciliador, el Dr. Luis Lacalle Pou.
Pero el futuro de la República no depende sólo de quien pueda ganar en cinco semanas. Debemos mirar más lejos.
Con esas miras, ya analizan sus yerros los protagonistas derrotados del domingo: los encuestadores, sin ningún acierto porcentual; los candidatos nacionales del Partido Colorado, sin ningún triunfo departamental… Una dieta con abundantes fibras de modestia acaso sirva para laxarles tensiones y fracasos repartidos a diestra y siniestra.
Quienes no fuimos protagonistas tenemos ante nosotros una misión más compleja que retro-evaluarnos: dolernos hasta los huesos por la masificación que despersonaliza por obra de la sedicente izquierda que les impone la resignación. Y edificar una filosofía que resucite lo humano personal por encima de sistemas y pretextos sociales. Es mandato para todos. Cada cual, según su conciencia. La mía, batllista: sigo pensando que la justicia –“para nosotros y nuestros adversarios, para nuestros hijos y los hijos de nuestros adversarios”- es un ideal accesible por amor al prójimo, que no se entrevera con el resentimiento ni la guerra de clases; y sigo afirmando que no hay ideal más alto que el de libertad.Venimos de décadas en que se abandonó la prédica por idolatrar el PBI. Puesto que eso nos condujo a esto, algo hay que hacer.
Las circunstancias son adversas. Pero “siempre hay un camino abierto para los hombres de buena y fuerte voluntad” como nos enseñó José Batlle y Ordóñez en el primer editorial de El Día.