miércoles, 19 de noviembre de 2014

El sistema político uruguayo y la sociedad actual.

    El sistema político uruguayo hace mucho tiempo que sufre un divorcio con la sociedad en su conjunto.
    Los origenes de ese divorcio hay que verlos tras aquel febrero amargo que nos cuenta Vasconcellos, cuando el poder militar se desacata del poder político. Más allá de eso, la sociedad arrastraba en la intensa politización de aquellos años, los gérmenes de la ruptura entre la clase política y el resto de la sociedad.
    Con el advenimiento de la democracia, la clase política trata de subsanar ciertas falencias propias del manejo político tradicional y con un gran profesionalismo, hace lo que puede parlamentariamente, para rehencausarlo al Uruguay. Sin embargo, el Uruguay no era el de antes del 71“, había cambiado todo. La gente no salía a comer, ni al teatro, ni al cine. Se salvaba Cinemateca por haber tenido una presencia testimonial durante la dictadura y ser la sobreviviente de todo lo que se había perdido: Contaba en ese entonces, con 20 mil afiliados a la institución. Se había perdido la solidaridad, el compañerismo. La dictadura generó individualismo: »Del trabajo a casa y de casa al trabajo». La televisión empezó a jugar un rol centralizador en la vida de los hogares. Cambiaron incluso, los hábitos de consumo, como lo demuestran los estudios que las empresas de publicidad hicieron en ese momento.
    El sistema político tenía un trauma y no quería que pasara lo mismo. Había fracasado la Concertación Nacional Programática (CONAPRO), porque el sector financiero se negaba a sentarse en la mesa de las negociaciones.
    Esa era una democracia renga, pasi corta, que algo le faltaba.
    A nivel cultural, exceptuando Cinemateca, muy poca cosa existía y las murgas y el canto popular vinieron a llenar el vacio que generó la crisis del tango. No hay que olvidar que el único tango que le servía a la dictadura era Cambalache de Discepolo, al resto lo censuraban.
    La sociedad en aquellos años -85“, 86“, 87“, 88“, 89“-, era una sociedad con mala conciencia por haber permitido hacerle a los militares cualquier cosa y no tener en cuenta que cuando se pierde el estado de derecho, perdemos todos, porque perdemos las instuciones que regulan nuestros deberes, derechos y garantías.
    El clima moral que se vivía, de desconfianza hacia el otro, era igual a la atmósfera espiritual que existía antes de la dictadura.
    El tiempo político, que previo al golpe era un tiempo heterogeneo, en donde cada sector estaba viviendo épocas distintas al otro, empezaba a unificarse gradualmente, en una nueva conciencia colectiva, que despertaba al amanecer nublado de una democracia tutelada.
    Sin prisa pero sin pausa, el Uruguay empezó a vivir una oleada de productos chinos, cosa que enojó mucho a Taiwan, olvidando que los países chicos, no pueden darse el lujo de someter su comercio exterior a ninguna ideología y compran y venden con cualquiera, con el que se descuide.
    Los jóvenes de entonces miraban ese mundo sin entender o creyendo a duras penas comprender lo que había pasado en el Uruguay. El presente político era de figuras que maquillaban su pasado. Todos tenían algo sombrío y oscuro que ocultar y disimular que solo captaban los que habían vivido el proceso previo al golpe militar.
    En determinado momento, por el año 88“, 89“, la gente comienza a despolitizarse porque ve que todos dicen lo mismo y nadie hace nada y en un viraje histórico, le dice al Partido de Gobierno, que no es el dueño del Uruguay: Gana Lacalle a nivel nacional y Vázquez a escala municipal y se inicia en los años 90“, el Uruguay moderno que hoy todos quieren.
    En ese momento, el sector que hoy define en las elecciones problamente estuviera en 5to año de escuela y cuando la caída del socialismo real, entraba en 1º de liceo.
    El mundo cambiaba y el Uruguay daba un salto de tigre. Sabido es que el tigre como mecanismo de defensa, cuando se ve atacado, salta para atrás, cosa que desconcierta a los demás animales que no saben hacerlo.
    Hoy vamos a dar otro salto hacia atrás, mucho más profundo y decisivo. Perderemos el siglo XXI, como perdimos el siglo XX, si no se le sabe ponerle un límite a esta gente, como supo hacerlo Washington Beltrán, pagando con su vida, contra Batlle y Ordoñez.