Cuando uno entiende que en política no hay puntada sin hilo y observa las leyes que se van aprobando, las declaraciones que se hacen, las personas que se ponen en los diversos cargos de particular confianza política, la primer conclusión que es dable extraer, refiere a la filosofía con que esa gestión ha de manejar la cosa pública.
Lo que se dice en una campaña electoral tiene importancia y no es una cuestión menor, porque el que gana diciendo una cosa y después hace otra bien distinta, si bien es cierto que está en su derecho de aplicar la filosofía de gobierno que le parezca -siempre y cuando gobierne con la Constitución-, el haberle mentido a la gente no es un dato menor.
Otros perdieron la elección por decir lo que realmente pensaban, son “la gilada”.
Se dirá, para quienes lo vemos de afuera, problema de ellos y es verdad, hasta un punto; hasta el preciso instante en que como no pueden gobernar, ni teniendo mayoría, quieren encajarnos a los demás, su disciplina interna.
El Uruguay es un país muy chico, somos apenas 3 millones de habitantes y a nivel mundial, cuando captaron con perfecta nitidez la descompostura ideológica y la diarrea política que estos dos últimos gobiernos expresan claramente, extrajeron una sola conclusión: Uruguay, país ideal para hacer un experimento.
Si sale bien, es un ejemplo y si sale mal no importa, son 3 millones de habitantes.
Cuba, por ejemplo, es un experimento, el Uruguay parece una isla y puede que termine siendo también, un laboratorio.
No falta quien diga Fidel, seguro, a los bolches dales duro.
Los experimentos se hacen cuando hay fuerzas internas allí, que olvidan sus deberes esenciales y queman las naves hasta llevar las cosas al punto de no retorno. Se abroquelan en la impoluta camiseta política que tienen y la emprenden contra todos los otros.
Son los uruguayos de primera, los buenos, los puros, los que representan otra manera de ser.
Es algo que está como sobreentendido.
¡Naturalmente…! ¿Verdad?
Aquí es donde arranca el gatillazo que habilita la carrera de los filibusteros. Dieron con el tonto maravilloso que los vota incondicionalmente, y salen a tomarle el pelo a todo el mundo.
Lo primero es lo primero.
Principios quieren las cosas, dice un viejo refrán español.
Se necesita ayuda exterior y entonces al salir del Uruguay se vuelven de pronto, inopinadamente, defensores de la tradición de estabilidad que nuestro país siempre tuvo. Eso sí, al volver, salen a insultar a los partidos fundacionales, que hicieron esa estabilidad. Les gusta el prestigio que tiene el Uruguay en el mundo, pero no les hace ninguna gracia, hacer lo que hay que hacer, para tener ese prestigio.
Es lo primero. Hacerle creer a los organismos internacionales que son continuadores y defensores acérrimos de la estabilidad macro económica con que se ha venido desde siempre gobernando. Como tienen gente cautiva que no les critica absolutamente nada, ni siquiera lo que hasta ayer combatía, todo les viene bien para decir que es idea de ellos.
Chupan ideas de cualquier lado y las promueven como propias, mientras desautorizan públicamente a los partidos fundacionales que las promueven. Le dicen que no a un Proyecto de Ley que presenta un diputado de la oposición, y después lo entran como propio.
Subidos a este caballo del Apocalipsis la emprenden contra la base social de los partidos fundacionales. No quieren dialogar con los dirigentes en el Parlamento, sino con la gente que los votó, hasta que dan con una dura realidad: en política a nadie le gusta que le anden toqueteando el nido.
Como son distintos se vuelven impredecibles. Son figuras inefables del tipo: ”Acordaté de lo que digo y olvidaté de lo que te dije”.
No pasa neca.
Ni esto, ni lo otro, sino exactamente, todo lo contrario.
Ellos pueden hacer todo, hasta incluso, lo que combatían revolcándose por las calles y empapelando la ciudad.
Estaban jugados a una guerra sin horizonte próximo, ahora empiezan a vivir de mal necesario en mal necesario.
Son etapas ¿Verdad?
Ser impredecible en política, aunque parezca mentira genera popularidad. La gente vive del chimento, los dimes y diretes, la comidilla insustancial de los motivos personales, que siempre están a la orden del día. El inefable, cautiva, seduce, la filigresia se erotiza. Se convierte en un ídolo de Parroquia.
Ahí arrancan los “San Perón”, las “Santa Evita”, los Lugos y sus alrededores.
El que nos lo advierte con todas las letras es el Dante Alighieri.
En el noveno verso del Canto Tercero de su Divina Comedia transcribe el Dante la leyenda que figura inscrita en la entrada misma del Infierno: Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! En el Infierno no existen prohibiciones –reservadas de modo natural al mundo de los vivos–, tan sólo avisos, señales, simples sugerencias. Abandonad toda esperanza quienes entráis aquí, se dice; y además se dice en piedra. Eso es grave. Lo que uno dice es el presente más perverso que la divinidad le regaló al hombre, y su designio más terrible. Jamás debe aceptarse un presente de los dioses porque como las cajas chinas, siempre esconde algo añadido –inesperado, desafiante– en su interior. El aviso es una trampa: induce al hombre a comportarse como un dios en una casa que no le pertenece. Se excita el ensueño de la creación y del poder. Una mano maestra abre la puerta a un espejismo malévolo y sarcástico, es el agua no potable en el desierto de la mortalidad irreductible. Más adelante no se podrá deshacer, permanece para siempre y siempre acaba por cumplirse: ahí reside el endiablado mecanismo de la trampa; el abrupto término del sueño y su amargo despertar, el tránsito desde las sombras protectoras, a la luz que hiere sin remedio.
Se nos ha dicho no jurarás en vano y venimos a descubrir que jurar en vano no tiene la más mínima importancia. Se nos debió haber dicho, no soñarás en vano.
Esa es la advertencia que el Dante nos está enseñando, cuando en el tercer círculo ve con nitidez el camino del no retorno.
El Dante llevaba una marca en la cara y la gente cuando lo veía disparaba aterrorizada. Creían que realmente había estado allá abajo en el infierno y no se daban cuenta que cuando el Dante habla del infierno es una simple alegoría, en realidad se refiere a lo que ocurre diariamente, aquí en la tierra.