La proximidad de la fecha electoral hace que
los candidatos y sus respectivos partidos apuren a los talleres partidarios
para que terminen de redondear los llamados programas de gobierno. El
periodismo en general suele atribuir gran importancia al contenido y
presentación de dichos programas. La gente no tanto. En el pasado yo he tenido,
en dos casos, participación directa en tales tareas y personalmente no le
asigno tanta importancia. Quedé con la sospecha que, por lo menos en un caso,
el programa encomendado no fue leído ni siquiera por el propio candidato.
Los partidos políticos de nuestro país tienen
orientaciones fundamentales muy instaladas en sus trayectorias y en sus
prácticas, las cuales hacen claramente perceptible el rumbo que van a tomar
(aún en los casos en que el texto programático preelectoral exprese otra cosa).
La actualización y puntualización de los proyectos políticos inmediatos que se
haga en función del desafío electoral resulta positiva exclusivamente en la
medida en que congrega a una serie de técnicos que se preparan como asesores
eventuales en las distintas áreas de gobierno. Esa presencia complementa el
discurso político.
Por lo que alcanzo a ver los programas de
gobierno —los que ya están prontos y los que se anuncian— van a reproducir la
misma matriz de los programas de las elecciones anteriores. Esa matriz, común a
los programas de todos los partidos, va a dejar afuera algunos de los problemas
políticos más serios que tiene el Uruguay de hoy. Me explico.
La matriz que ha moldeado todos los programas
de gobierno corresponde más o menos a los Ministerios. Cada candidato expone en
el papel las situaciones y diagnósticos de la economía, la salud, la vivienda,
educación, medio ambiente, relaciones exteriores, industria, etc. y así todos
los Ministerios, agregando luego las soluciones que propone.
A estar por lo que se ve ningún programa va
decir una sola palabra, por ejemplo, sobre la división que se ha abierto en la
sociedad uruguaya. Hay dos Uruguay que no se hablan, que no se escuchan, que no
buscan caminos de encuentro, que no comparten los sentimientos y las
convicciones mínimas para reconocerse como nación. Esto es una tragedia, quizás
la más grave que sufre el Uruguay; viene creciendo y no figura, no es
reconocida ni abordada (ni mencionada siquiera).
En las elecciones pasadas, cuando este
problema ya era grave, escribí afligido en extremo, que no daría mi voto a
ningún candidato que no dijera claramente qué iba a hacer o cómo iba a
conducirse con la otra mitad del Uruguay que no lo hubiera votado. No cumplí:
voté, aunque no encontré ninguno.
Sea en el programa de gobierno, sea en los
discursos de la campaña electoral, de alguna forma tiene que expresarse y
transparentarse en los candidatos y en los partidos que efectivamente tienen
dolorosa conciencia de esta división y que la sienten como verdadera tragedia
nacional. Debe quedar patente que se ha meditado el asunto y se ha logrado
percibir las características de esa división (que no es el voto ni las familias
ideológicas), sus complejidades, sus orígenes, sus trampas, sus usos indebidos,
sus consecuencias culturales. Sería bueno ver un compromiso claro para encarar
esa división y para convocar a todas a esa tarea. No veo nada más importante
para figurar en un programa de gobierno.
Martes, 15 de julio de 2014