miércoles, 30 de julio de 2014

Lo que también, se tiene que terminar

        El Uruguay es un barco a la deriva. El capitán no tiene ningún interés en encarar la tormenta que todos estamos divisando en el horizonte.
        Al hombre no le importa el naufragio porque quiere ser premio Nobel, mediar en Colombia hablando solamente con las FARC, quedar bien con Obama trayendo niños sirios, imponer a cal y canto la marihuana, aunque las farmacias no quieran, insistir con el frustrado ferrocarril.
        En eso aplica un axioma: Persevera y triunfaras y termina siendo para todo el mundo, más pesado que mosca de tambo.
        Se pone a convencer al Presidente ruso Putin con el mapa del Uruguay en la mano, para que invierta donde le señala con el dedo.
        Todo le viene bien para largar ingeniosidades, en una verborrea lindante en el monólogo del que disparata, en un delirio lógico sistematizado.
        La televisión siempre le hizo el juego, aún ahí en donde van a recibir el castigo de la Ley de Medios, como recompensa a tantas entrevistas.
        No debe haber existido Presidente de la República en la historia uruguaya que la televisión no le haya realizado tantos reportajes como a él. Sabrán a cambio de qué.
        Viven todos en estado de anarquía, sin saber a qué atenerse en ningún tema de la agenda presidencial.
        Si pierden se les va a complicar, porque entonces no podrán comprar la impunidad que están buscando.
        El sindicalismo se está preparando para la pérdida de credibilidad que se le avecina, porque si pierden, vamos a largar todos una gran carcajada al verlos menear el rabito de filisteo y gritar “No estoy de acuerdo”, “¡Qué no vas a estar de acuerdo, vos!”, diremos todos.
        El sindicalismo uruguayo no es un sindicalismo a la francesa, que está contra “El Gran Capital” o a la británica que en las zonas fabriles practica la ayuda mutua: es un sindicalismo a la española; están para defenderse ellos y más nadie.
        En el Uruguay hay un sindicalismo blanco que no alcanza la visibilidad que ellos muestran, porque no tiene por qué. El sindicalista blanco es un estudioso de los temas y se maneja con más capacidad que  cualquiera de ellos. No ideologiza las cosas, ni hace huelgas para entregar un reclamo, no tira de la cuerda hasta que se rompe; se mueve con sentido común y no antepone cuestiones políticas en lo que hace.
        El Partido Nacional tiene también allí, a los mejores hombres. Por eso lo ningunean y se burlan, porque les molesta que exista por suerte gente en el Uruguay que sabe hacer planteos que son de recibo en una negociación, que no siempre es salarial, sino que por lo general, abarca temas de diversa naturaleza laboral.
        Cada vez que opina alguien que se nota que no es de izquierda lo acusan de blando, tibio, de hablar sin fundamento, sin sentido científico. Así como el sindicalismo peronista en la Argentina acusa de no ser obrero a todo aquel que dice algo que no le conviene, en el Uruguay le encajan el mote de no tener conciencia de clase.
        Ellos quieren hacerle creer a la gente que son “el partido obrero” y de obreros tienen tanto, como cualquiera de nosotros de esquimales.   
        No se trata solamente, de quitarles la mayoría parlamentaria o de ganar la elección, que ya sería un paso importantísimo, sino que el sindicalismo blanco se abra camino, porque es la parte pensante, criteriosa.
        Aquellos que en algún momento sintieron la tentación del Frente Amplio, hoy están arrepentidos. No pueden creer el nivel de descomposición en que estamos.
        De Lorenzo Carnelli a Fernández Crespo, el Uruguay vivió la época dorada del sindicalismo blanco, en los tiempos que el Partido Colorado era gobierno. Esa tradición no se perdió sino, que como jefes motineros de un golpe técnico, tras el Congreso del Pueblo, enceparon a todo el mundo en la CNT y después salieron a buscar un Fidel Ampliado, como brazo político parlamentario.
        Las asambleas que hacen, tienen que aparatearlas  y digitarlas desde arriba, llevándose a todo el mundo a los ponchazos, porque son tantas las contradicciones que tienen entre ellos, que se vuelven verdaderas ollas de grillo. No da gana alguna ir a ese tipo de Asamblea sindical y por eso son mayoría. Achican todo lo que tocan, para poder controlarlo mejor.
        Son expertos en hacerle el juego consciente a los intereses más nefastos. No representan al trabajador, ni trabajan, están todo el día en curros que nadie entiende y opinando de política.
        En época en dónde no eran gobierno, le digo una vez a uno: “Eso que hacés no es digno” y me contesta: “¿Vos me das de comer a mí? ¡Entonces, muzzarella con la dignidad! Se ve que siempre estuvieron financiados para hacer daño.
        Así como Carlos Menem gobernaba con pizza y champagne, aquí gobiernan con muzzarella para la dignidad, pizza, faina y cerveza.
        Cuando insultan sin argumentar y adjetivando conductas, lo que en verdad están haciendo es una típica proyección psicológica de lo que son. Agreden con mala conciencia de sí mismos. Son como "los gordos" del peronismo; no saben hablar y por eso viven ladrando.
        Se pasaron la vida diciendo que en el Uruguay la gente protesta y protesta, pero no combate y fue ganar el Frente Amplio y lo único que supieron hacer es refunfuñar.
        Hablando con uno que refunfuñaba sin parar le digo: “Pero ¡Recién ahora ustedes se dieron cuenta que los únicos que defienden al trabajador en el Uruguay, son los blancos y los colorados!” y sacaba la cara para el costado.
        Para entender de sindicalismo, hay que conocer la realidad concreta del lugar en donde se trabaja y ser realmente, un trabajador, no un atorrante que va a opinar. No se precisa ninguna ideología rara, ningún conocimiento universal del funcionamiento sindical internacional y documentos traídos de todos los lugares del mundo, en donde cada cosa que pasa, algo le dice a la realidad uruguaya y a ellos que tienen la ideología para interpretar los flujos y reflujos de la conciencia de clase universal. Son la III Internacional comunista, el Komintern, y tienen más vida política interna, que la CUT en Brasil.
        Son hombres sin estudio, ni formación técnica o profesional en nada, que encontraron una palanca en el gremialismo para medrar en la sociedad uruguaya.
        Están preparando un golpe técnico como el que condujo al Congreso del Pueblo y de allí a la CNT, que consiste en anarquizar a todo el mundo, en el preciso instante en que se abroquelan en determinados resortes básicos del poder.
        Esto también, se tiene que terminar.


¡Arriba los que los echan!