El
tema Amodio Pérez es complejo e intrincado por varias causas, fundamentalmente
porque hace a un momento de la historia uruguaya en donde todos mentían. Guerra
psico-política que le dicen.
Cuando
viene la democracia, una de las cosas más llamativas era el hecho de que ese semanarismo
que emergía (Opinar, Búsqueda, Convicción, Jaque, Brecha y demás) trataba a su
manera de abundar en la explicitación de los hechos.
Recuerdo
que una vez Ope Pasquet dijo en Opinar, allá por el año 81’, que esta no era
época para hablar con sobreentendidos. Evidentemente, había un cambio en la
mentalidad del sistema político uruguayo: Quedaba atrás la época de los
susodichos, de las entrelineas, de la política vivida desde el subsuelo, en
donde para salir al balcón había antes que saber qué estaba pasando en el sótano.
Una
forma viciosa de vivir la realidad política que a los que teníamos 15 años en
el 72’ nos confundía más de lo que ya estaba de enrarecida la atmósfera moral
en aquel entonces.
Hoy
todos, de Búsqueda a Brecha cuando informan, están como obligados a dar una
pequeña clase ilustrativa del tema que tratan. Hoy nadie escribe con sobre
entendidos.
En
aquellos años de plomo la gente –la clase media politizada- leía dos diarios
por día: Uno de mañana y otro de tarde y los pocos programas de opinión como
Sala de Audiencia o Conozca su Derecho suscitaban pasiones encontradas, así el
tema fuera de filosofía o religión. La opinión pública, con un juicio
valorativo a flor de piel por cualquier cosa, no estaba madura para procesar la
información. Es evidente que el Uruguay en su conjunto no se encontraba preparado para encarar el momento
histórico que vivía.
Pese
a esa falencia, aquella era una sociedad en estado de asamblea, conmovida bajo
el fuego cruzado de la situación económica y el terrorismo. Cada sindicato
tenía su biblioteca y en todos lados se debatía. La función de los tupamaros –la
palabra me divide la acción me une, hay que hacer, hacer y hacer y cosas así-
fue ponerle fin a ese estado de asamblea en el que el Uruguay vivía. Era la
ayuda, según Huidobro que le daban a los demás, para que no ocurriera lo de la
Guerra Civil Española.
Los
tupamaros siempre fueron enemigos del debate público, siempre actuaron a la
sombra sin rendir cuentas a nadie usando a otros de correo o de brazo político.
Nunca le dijeron a la gente la razón por la cual hacían eso y generaron un
estado de inseguridad colectiva que cuando vino la dictadura la mayoría –hay que
decirlo- estaba de acuerdo con una mano dura. Se recuerda la Huelga General,
pero no se dice que allí no estaban los tupamaros, ni los correos ni los brazos
políticos y que la mayoría de la gente no acompaño ningún tipo de resistencia.
Amodio
Pérez es el único que habla claro y levanta la tapa del pozo negro. Por su
condición de traidor queda desacreditado según los tupamaros como vocero, pero
se obvia por esa vía, refutar lo que dice.
Los
tupamaros generaron una mentalidad de delincuente. No están arrepentidos por
las cosas que hicieron y por haber violentado el estado de derecho hasta más
allá del punto de no retorno, en donde el sistema político enfrascado en
defender sus propias chacras “quemó las naves” y luego vino la noche. La
entrada en la dictadura, los años 72’ y 73’ dejan un regusto amargo en la
garganta, porque todo el mundo se había enemistado con todo el mundo. Muchos,
después que perdieron la libertad empezaron a valorarla y aun así, es llamativo
que ya en el 84’ a la salida de la dictadura, el clima moral de desconfianza
generalizada era muy parecido al momento previo al golpe. Para algunos parecía
un interregno, del tipo Cámpora y Perón para volver nuevamente al proceso, como
quien toca la campana del recreo y dice: “Chicos, ahora tienen democracia”.
Esos
primeros años de la democracia estuvieron signados por el temor de que retornara
el golpe.
En
todo ese proceso, los tupamaros fueron los grandes amnistiados de la historia
política uruguaya, lo que está indicando la profunda falsedad de inventar luego
el gran cuento de que se levantaron en armas contra una dictadura. No, se
levantaron en armas contra el Gobierno blanco de la UBD a partir del 63’ y
cuando vino la dictadura ya estaban desarticulados. Es al revés de las
historias que cuentan; trabajaron para liquidar aquella democracia de entonces.
Todos
sabemos que cuando se combate más allá del límite necesario desde el punto de
vista logístico y se reprime ininterrumpidamente un día sí y otro también
durante mucho tiempo, se genera un efecto que es perverso: El victimario –los que
atentaron contra el estado de derecho- se convierten en víctimas.
La
represión, cuando escapa a lo estrictamente necesario para desarticular la
delincuencia organizada, victimiza al delincuente. Creo que esa es la deuda
interna por la cual hoy pagamos con un gobierno tupamaro.
Lo
que Amodio viene a aportar es la pieza del rompecabezas que faltaba y
demuestra, que todos, del primero al último son unos vulgares y silvestres
delincuentes, que encontraron en la habilidad de hacer política con armas, -aunque sean de juguete-, el
atajo que da autoridad para poder hablar en voz alta.